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lunes, 8 de marzo de 2010

Historias de la selva

Se necesita contar cosas, por razones tal vez confusas, o simplemente por tener la certeza de que si no son contadas, algo se pierde a nivel personal, y a nivel colectivo.
Son detalles de una realidad enormemente variada, que rompen nuestra imagen de la misma. El reto estriba en como contarlas sin opinar. Gary Snyder escribió en un poema “La mente pura no tiene opinión”. El reto siempre está en escribir desde esa mente pura, ajena a uno mismo.


El tiempo va transcurriendo, y quien tembló de miedo y de fascinación, regresó para encontrar de nuevo sus vallas, sus limitaciones, sus sueños, y la vida tal como la dejó. Regresó a valorar la vida, a enjuiciarla y frecuentemente aprisionarla bajo criterios de objetivos a cumplir, de lugares donde llegar, de bienes que obtener. Nada de eso ha llegado, y esas mismas carencias, ese mismo vacío que de cuando en cuando regresa para arrasarlo todo; permiten sentirse cerca de quienes aun continúan viviendo sin nada de lo que consideramos imprescindible.

En las noches en las que era complicado dormir, llantos de niños hacían callar la infinidad de sonidos que rodeaban una cama destartalada e incómoda. En algún momento toda la humanidad fue así, y los llantos nocturnos de los niños indicaban, como aun indican en algunos lugares, la modesta presencia humana en mitad de algo mucho mayor, en mitad de la vida sobre este planeta.


Nicolás murió… Intenso olor a muerte, proximidad de una muerte aquí restringida a los hospitales, como si no existiese, pero existe. Velamos su muerte horas, algunos casi días, y entre toda la comunidad se le enterró con unas viejas zapatillas, y algo de comida; para el viaje supongo. Nicolás vivió y murió en medio de la selva, como los hombres llevan haciendo miles de años. Probablemente tuberculosis, que su mujer cuido hasta el día de su muerte, día tras día, noche tras noche. Cuidar una tuberculosis no es fácil, incluso hablar con un enfermo terminal de tuberculosis impresiona; más en la selva las cosas se asumen, entre ellas la muerte. Pocas veces puede verse un acto así de amor…
Murió sin dejar nada, tan sólo una casa levantada, y una cama vacía en el dormitorio familiar. Nicolás no dejo nada a una familia con menos posesiones materiales entre todos sus miembros de las que yo tengo en mi habitación. Le conocí ya muy enfermo, y casi a diario me pregunto cuánto tiempo pasó con sus hijos bañándose en el Quiquibey, cómo les enseño a cazar y pescar, o como conoció a su mujer, (que entre risas confesaba no saber con seguridad cuantos años tiene). No puedo evitar ver a Nicolás como a una persona repleta de la dignidad que sólo la sencillez brinda. Entonces recuerdo las palabras de Taisen Deshimaru: “cuando el hombre olvida todos sus objetivos, se da cuenta de que no es nada, y puede relajarse”. Entonces verdaderamente me relajo, miro las plantas de mi terraza y a mi gato durmiendo despreocupadamente, y siento como una certeza que no hay lugar al que ir. Pienso en Nicolás, comprendo, e intento asumir la idea de nacer y morir sin nada…Sólo vida desnuda.
Sería bueno que todos tuviéramos a nuestro Nicolás para ver algunas verdades.

1 comentario:

  1. ¡¡¡¡Pura VIDA... eso es lo que vivió y lo que les dejó...que más queremos ..querido Pedro?
    Un beso enorme
    Chao
    Olga.

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