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viernes, 12 de marzo de 2010

Dejar atrás

Poco antes de partir, las amarras del barco se tensan. Siempre fue así, todas las veces. El muelle del puerto reclama con sus brazos de cuerda lo que por un tiempo ha sido suyo.

Con todo, muelle y barco, saben de la inevitable partida. Por eso los preparativos no cesan, las cajas se cierran y apilan, el motor se enciende y apaga y desde el puente de mando, un hombre solo lleva sus ojos a un lugar distante e indeterminado. La mañana empezó nublada, a partir de una distancia es imposible diferenciar la frontera entre cielo y agua. Todo es lo mismo, todo esta en calma.

Certeza de levar ancla y de no conocer el rumbo. Los mapas de navegación se perdieron o dañaron en algún viaje. Serenidad ante el cambio de guardia de las soledades; despidiendo unas para recibir otras.

Hoy el viento se clava en una piel que no es igual que diez años atrás, que va acumulando señales, como el corazón, de todos los puertos.

Barco y hombre siguen siendo los mismos. Nunca hay certeza sobre si el barco conseguirá salir a mar abierto, sobre la duración del viaje, sobre el dónde y el cómo se pisará tierra firme de nuevo.

Y aun con todo, el viento es tan fuerte que evapora cualquier lágrima.
Con todo, consigue soltar el último cabo, verlo caer al agua sin apartar la vista y renunciar a amarres desesperados.

Se sienta,
Y finalmente zarpa.

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