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domingo, 2 de mayo de 2010

Elegía en prosa

Hola Conchi,

Como son las cosas, me enteré hace poco, por teléfono, que ya no estás. Llevo pensando en escribirte, si eso puede hacerse a estas alturas, algunos días. Me asusta un poco, te sorprendería lo miedoso que soy a veces, pero ahora es un momento mejor que otros.

En el lugar donde vivo desde hace un año hace una tarde preciosa, tengo personas con quien pasear, pero no me decido a usar el teléfono. La luz al entrar por mi salón provoca momentos diarios de magia, sabes aun no estoy tan ciego como para no verlo. Ahora es uno de esos momentos. Esta tarde volvería a pasear contigo, como hace 20 años, por aquellos caminos que hoy han sido urbanizados o ya no existen. Recuerdo indignado cuando hace años volví al chalet de mis abuelos, ver el robo de muchos de los mejores momentos de mi infancia. Se que no es un robo, que todo se va, lo entiendo pero me duele. También volví a visitarte, la penúltima vez que nos vimos, algo me consuela. Ahora ese robo que siento es mucho mayor, no sabes cuanto lamento habernos visto tan poco estos últimos años, debe ser eso de crecer, o de mal crecer, el irse perdiendo de las personas que en algún momento fueron importantes y hasta tal punto llega el absurdo que ni nos enteramos de cuando se van.

Pero vaya, yo ahora quería darte las gracias, quizá sin demasiada poesía, pero de forma sincera, por regalarme muchos paseos y mucho amor. Por pasar puntualmente a llamar a aquel niño que siempre gusto de estar entre adultos, que usaba palabras rebuscadas sin entender muchas veces su significado preciso, para dar esos maravillosos paseos, que no sabes cuanto he extrañado al ir creciendo.

Sabes, para mi empezaba el misterio al alejarse de las últimas casas, al caminar entre páramos de cultivos de secano. En el Chalet y en esos paseos, ahora que vuelvo con la memoria, encontraba un sencillo bienestar que, me tienes que perdonar, creo que he perdido, o lo tengo oculto en algún lugar y no logro encontrarlo. Recuerdo también la casa abandonada donde nuestros pasos solían terminar, mi fascinación por los páramos solitarios, cuyo eco encontré algunos años después al leer a Machado, pero que ya de niño me despertaban una sensación amarga y acogedora a la vez. Lo cierto Conchi es que me sentía bien feliz contigo, como con todo lo que vivía en los calidos veranos de El álamo. Las lentas horas de la siesta siempre concluían con nuestro paseo y ninguno de los muchos paseos que han venido después han sido tan entrañables.

Claro que las personas nos equivocamos, pero puedes estar tranquila si es que cometiste muchos errores, pues sembrar el amor en otro corazón, como hiciste sin saber bien como en el mío, es suficiente para significar el poco tiempo que andamos por aquí; nuestra vida.

Yo, por mi parte, te tengo que hacer sitio sin quererlo, en el lugar del corazón donde viven las pérdidas, justo al lado de mi abuela, tu amiga, para que de algún modo continúes conmigo. Volveré sobre tu recuerdo y sobre nuestros paseos, no lo dudes.

Bueno Conchi, tu amigo te sigue queriendo, ¿cómo podría ser de otro modo?

Gracias y hasta siempre, donde estés.