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lunes, 25 de julio de 2011

Trincheras

Cuando, por dentro, me reencuentro, me gusta regresar a lugares conocidos. Se que me equivoco al conceder tanto valor al pasado, pero recorro, a veces sólo con la vista o la imaginación, las calles de barrios hoy ajenos que en su momento fueron cotidianos. Aprehendo cualquier detalle, haciendo preguntas sobre quien era cuando estuve allí y quien soy ahora. A veces siento que aquella persona es extraña, o tal vez el extraño es quien escribe. Algunas etapas terminan por razones diversas de forma repentina. Alguna parte de uno mismo continua recorriéndolas, resistiéndose al cambio, suspendido en una especie de limbo, andando sin prisa y sin objetivo.

Hoy no es así y combato palabra por palabra, aun sin reconocer bien el ejército con quien lucho. Anticipo debajo del ruido alguna suerte de cambio vital, que no se definir u orientar. Mis enemigos son tropas difusas en calles y lugares, en remansos de río, en prados agostados. A veces incluso lo son las pequeñas cosas que suelo disfrutar y ahora simplemente se clavan. No hay refugio ni tregua y los esfuerzos en encontrarlos son más agotadores que rendirse a librar una guerra civil ciega que devasta cuanto toca.

He transitado este desierto en más ocasiones y las lágrimas no brotan de los ojos por ver su huella pretérita en los hitos de esperanza. Sin embargo reviento, implosión hacia dentro sin hacer ruido, mirada sobre mirada detenida en el tiempo y en el silencio. Supongo, espero, casi imploro, que el huracán termine en orden nuevo. Sin embargo sucede que en los instantes que preceden al combate reina en solitario la ceguera.

Se sabe que, como en toda guerra, una parte de uno no vuelve del campo de batalla y el resto, incompleto, sigue como puede en pie recreándose en la tranquilidad que sobreviene tras la tormenta.

domingo, 3 de julio de 2011

Anatta


Mis oraciones,

Perdidas en cualquier rincón.

En páramos de montaña,

Mezcla de rocío y esperanza.


Mis amores,

Tan frágiles,

Penetrando las rocas.

Como cicatrices que no ve quien camina deprisa.


Todas las alas,

Siguen los ojos hasta perderse,

Me abrazo sin ropa,

A cualquier superficie que ceda espacio.


Si tuviera el mar nadaría,

Sin notarse no saber volar,

Dejaría de envidiar la sencillez,

Y buscar refugio en rincones y pausas.


¿Nos pueden atravesar y seguir enteros?

¿Cómo escoger entre vida y pervivencia?

Clavo las yemas de los dedos,

En cualquier corteza que me confiese.


Siento el dolor causado

De verás siento el dolor causado


Hoy no ayudo,

ni curo,

ni cuido.


Hoy mi intención no ha bastado,

Hoy mi intención no basta.


El dolor que combato,

Con igual torpeza que obstinación

Es igual al generado a quienes me quisieron o quieren.


No quiero perdurar en ningún corazón,

Mediante lágrimas y recuerdos.

No quiero medrar en los pasados,

Sin verdades presentes.


Definitivamente prefiero no ser nada,

A vivir en las heridas.


Siento el dolor causado

al pasar por el Samsara.